Fuego y cenizas. Éxito y fracaso en política (RECENSIÓN)

feb 20, 2017

RECENSIÓN - Obra de: Michael Ignatieff (Madrid, Taurus, 2014.)

¿Pueden conocerse los entresijos de un sistema político como el de la monarquía parlamentaria canadiense en poco más de cinco años? Desde luego, ello dependerá del lugar en el tablero en que estemos. Fuego y cenizas constituye el testimonio en primera persona de Michael Ignatieff, quien fuera líder del Partido Liberal de Canadá y Jefe de Oposición entre 2008 y 2011. 

En diez capítulos, a los que se suma una sección de notas y agradecimientos, el autor ofrece un repaso a los hechos y las decisiones que le condujeron al primer plano de la política canadiense y dejar, al menos temporalmente, su perspectiva de observador y académico. En su "crónica analítica" se perfila el carácter autobiográfico e intención reflexiva del autor, sus posiciones respecto a cuestiones sociales, la influencia del entorno familiar en el político, las motivaciones personales y comunes, los reveses y desengaños, la confianza en las instituciones, la idea o ideas de país; lo que es, en definitiva, esa esfera que engloba lo político en términos de oficio por dedicación. 

El estilo abandona retóricas literarias para guiarnos por un discurso sencillo y accesible donde lo importante es el contenido. Gracias a ello se puede considerar que los acontecimientos sobre los que está construido ceden paso a las conclusiones que se extraen de tales experiencias. Es un libro que "rinde tributo a la política y a los políticos" y si para él mismo supuso un reto el escribirlo, para el lector es una degustación agridulce entre el desiderátum y el prácticum del político. 

No nos parece casual el uso casi metafórico del título que se le da al libro. "Fuego" y "cenizas" evocan el sentido particular de la actividad política y las huellas que deja, fotografiando el habitus político. Esto se deja ver en la primera parte y el último capítulo, donde brilla especialmente el entusiasmo, la superación, el vértigo y la energía de quienes escuchan la llamada por conocerse a uno mismo pendiendo de los otros en el lugar que representa a todos.

Todo empieza con la propuesta de “los hombres de negro” que iban a prepararle para el liderazgo del Partido Liberal de Canadá. Hacerlo supondría transformar su rutina, pero no sabría hasta qué punto. ¿Era un arrogante? Esta es una de las primeras preguntas que el autor nos lanza al comienzo. ¿Lo era por dejarse llevar por la emoción y un sentido de deber familiar? ¿Era ambición?

Entrar a formar parte del establishment de políticos era tanto un reto personal como un reto para no abandonar sus ideales. Realmente, la pregunta del por qué entrar en política, escondía un por quién. "No se puede ser político para rendir tributo a una saga familiar de políticos. Lo bueno de la democracia es que hay que ganarse ser político. Ni la genética ni la historia familiar determinan el destino" (pág. 38) Ignatieff tenía que saber por quienes iba a dar el paso y una respuesta al por qué es que quería sentirse útil, sobre todo en los comienzos. Tenía que dejar su vida de académico para saltar al campo de acción, esto es, tenía que dejar de ser un aficionado. Él, aunque nacido en Canadá, vivía en Estados Unidos, sabía de los retos que el país enfrentaba, pero no estaba seguro de conocerlos. Había participado en movilizaciones, había seguido a alguien, ofrecía a sus estudiantes las lecturas de Maquiavelo, pero aún tenía que enfrentarse a ser un político profesional. Aún tenía que contrastar los informes que recibía sobre el país, con la realidad del país. Los problemas no eran los mismos, los intereses tampoco. 

No todos son aficionados. Los políticos hacen de su dedicación al servicio público "una profesión", donde el tiempo es el terreno en que se mueven. Se exponen al rechazo público, a la crítica y a la oportunidad. El impacto del tiempo sobre los acontecimientos es de suerte una lección que Ignatieff no podía conocer de no haber sido político que será el actor que explotará los acontecimientos en su propio beneficio. El político aprende a evaluar los gestos de los otros, a decir lo que los otros quieren escuchar. Lo hace para ser escuchado. 

La política es combate dialéctico, teatral, un juego por vencer en el dominio de palabras, un enfrentamiento donde adversarios actúan por lograr aquello para lo que han saltado al escenario público. Tendrán que diferenciarse del resto; esto lo supo Ignatieff en la carrera por el liderazgo del Partido. ¿Qué le diferenciaba del resto de candidatos y qué le hacía mejor? Entre tanto, la rivalidad deja a un lado la amistad, no es cosa de enemistades. Toda competición supone dejar atrás a otros, a rivalizar el lugar al que se pretende, unas primarias no son menos.

En el Partido Liberal canadiense las primarias son un proceso casi connatural a su modelo, no obstante, son interesantes las críticas del autor (capítulo quinto). Él considera fundamental la regulación pública de la financiación en las campañas y añade el establecimiento de un límite máximo a donaciones y la prohibición de que organizaciones no vinculadas formalmente al candidato hagan campañas en su favor, tomar en consideración las donaciones a los partidos políticos o, en su defecto, a los candidatos en un proceso de primarias, y limitar los recursos de que una candidatura dispone puede ser útil para salvaguardar la igualdad de principio.

Ignatieff, un outsider, contaba con un equipo de voluntarios -aficionados- en la campaña por el liderazgo del partido, tenía que medir su posición entre el cambio que inspira alguien de fuera y la estructura del Partido. Apostó por hacer política puerta a puerta para conocer los mundos que se habían de conciliar. Percibimos otra necesidad: sentir los hechos para motivar sus acciones.
La política se había convertido (y esto fue un desengaño) en un estado permanente de campaña, primero en clave interna, luego por las instituciones. En ese estado de confrontación él estaba en la oposición y tenía que liderar un grupo parlamentario a la vez que ejercer el control del gobierno y defenderse de las acusaciones que el Partido Conservador y el NDP (Nuevo Partido Democrático) lanzaban entre elecciones. El gobierno, al estar a cargo de las instituciones, por contra, está en una posición de privilegio táctico para anticiparse a la respuesta de la oposición. Ello a cuenta de cómo el gobierno de Stephen Harper entorpecía la labor de la oposición. Y, sobre lo anterior, plantea la pregunta acerca de si el votante puede delegar absolutamente toda la representación o debe estar vigilante (pág. 130). Ahora bien, lo relevante para el autor no es mostrar la actitud del gobierno, sino abrir la reflexión acerca del compromiso con los votantes, de la responsabilidad de los votantes en la supervisión (en algún sentido del término) de sus representantes y una apuesta por frenar la desafección de la ciudadanía (pág. 126).
Encontramos en el capítulo dedicado a enemigos y adversarios una definición de "partidismo", es anteponer la línea del partido a las valoraciones personales (pág. 181). Sostiene que si un político no es partidista es un necio. El juego de la persuasión, del talante, cierta teatralidad, forma parte de la vida común de los políticos. De la dicotomía entre la conveniencia frente a los principios surgen los dilemas esenciales de la política.

 "¿Lealtad a quién?" se pregunta Ignatieff cuando asiste al juramento en Parliament Hill. Prometió lealtad a Su Majestad ¿por qué no a quienes le habían elegido? Es mera formalidad, pero la política está repleta de símbolos y ceremonias.

 

No podemos dejar pasar por alto cómo Ignatieff describe su experiencia con los medios de comunicación. No dudaríamos que conforme los medios han evolucionado, la política también. No es lo que quieres decir, sino lo que la gente entiende (pág. 98) es la precaución acerca cómo afrontar la relación con los medios. Ser periodista o profesor no te prepara para afrontar las entrevistas, las ruedas de prensa y las preguntas incómodas. No hay espacio para la improvisación o, mejor dicho, hay que renunciar a la espontaneidad.

Incita a reflexionar y sentir las realidades del país y las diferencias con las que un territorio cuenta. Diferencias que la política tiene que hacer compatibles. El político tiene que escuchar, pero sobre todo tiene que ser quien hable, quien se posicione y transmita qué es lo que quiere hacer, con sus palabras y sus gestos y acciones, cuál es la comunidad a la que aspira.

En conjunto, Ignatieff reseña la democracia. Por un lado, entendida como un plebiscito diario en el cual el representante está sometido a la aprobación de sus propuestas -y su conducta misma- y, por otro, acerca de su universalismo. Lo más valioso de la lucha por el derecho a ser escuchado es que el votante sigue siendo el árbitro (pág. 166). Ignatieff sin pretender hacer un manual para jóvenes políticos (y apasionados de la política) ha logrado hacerlo. Con sus palabras comparte la experiencia del sacrificio que amigos, conocidos y familiares hacen cuando deciden dedicar tiempo al trabajo común y transmite la pasión por hacer; a través de sus reflexiones, Ignatieff nos enseña a no temer equivocarnos.

Recensión original publicada en la Revista Ensayos de Filosofía el 21 de febrero de 2017: http://www.ensayos-filosofia.es/archivos/recension/fuego-y-cenizas-exito-y-fracaso-en-politica

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