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Por Agustin Mora Palomares 25 ene, 2020
1. The frame: La crítica como virtud Judith Butler en “¿Qué es la crítica? Un ensayo sobre la virtud de Foucault” (2004) hace referencia a la intención de Foucault de dar una definición de qué sea la crítica, empeño de este para el que “solo alcanzó aproximaciones”. Como lectora de Foucault, Butler explica que la crítica lo “es de alguna práctica, discurso o institución instituidos, pierde su carácter cuando se abstrae de ello y se la aísla como práctica generalizable, pero es posible alguna generalización” y, precisamente de esa conexión con prácticas, discursos e instituciones, puede encontrarse la utilidad para el feminismo. La crítica sirve para poner en cuestión fundacionalismos, desnaturalizar las jerarquías sociopolíticas, establecer perspectivas nuevas y no formular una evaluación moral en términos de bueno/malo. Pero ¿a qué se refiere Butler cuando afirma que “la crítica lo es como virtud”? Foucault, figura clave para comprender el entramado conceptual de Butler, busca comprender qué tipo de cuestionamiento instituye la crítica. La crítica es el ejercicio de la virtud en tanto que supone la “estilización específica de la moralidad”. Más allá del mero promulgar prescripciones -expone Butler- conduce a una experiencia moral que no es sumisión a un mandato; significa que la tiene como un instrumento de observación de los dominios de verdades a fiscalizar. Esas verdades son formas de conocimiento establecidas y a la vez son ordenantes que no han sido asimilados a esa función ordenadora. Butler sigue a Foucault cuando sostiene que “ciertas prácticas pensadas para determinados problemas tienen la consecuencia que establecen un dominio ontológico que constriñe lo posible”. De forma que referirse, o referirnos, a ese horizonte o dominio ontológico permitiría ver las relaciones con los preceptos morales. Encontraremos dos nociones fundamentales para dibujar la crítica como virtud: a) la “transformación de sí” y la “política de la verdad”, la primera relacionada con la perspectiva ético-política y la segunda es una noción que vincula la anterior con el campo epistemológico; la política de la verdad refiere a las relaciones de poder que acotan de antemano lo que será susceptible de verdad. Butler sobre la transformación de sí aduce tres caminos: a) Conducirse en relación con un código de conducta b) Formarse como un sujeto ético en relación con un código de conducta y c) Formarse como sujeto poniendo en riesgo el orden del código de conducta. Pensamos que la crítica va encaminada hacia el segundo, inicialmente, puesto que el tercero parece responder más al planteamiento de Butler que al propio Foucault -del que se distanciará a propósito del caso de Herculine Barbin-. “La crítica comienza cuestionando la exigencia de obediencia absoluta y somete a evaluación racional y reflexiva toda la obligación legal impuesta sobre el sujeto”, ser crítico con la autoridad conlleva la obligatoriedad de una práctica que esté centrada en la transformación de sí. En este punto podemos dar cuenta del sentido legalista-gubernamental del paradigma de Foucault. El modelo de Foucault considera que la prescripción moral participa en la formación de un tipo de acción, la renuncia y la proscripción no imponen necesariamente un modo ético pasivo, sino que estilizan la acción como el placer. La importancia de la crítica reside en Butler en que “la virtud se convierte en la práctica por la que el yo se forma a sí mismo en desujeción (…) plantea la cuestión: quién será un sujeto aquí y qué contará como vida (…) [con la crítica buscamos] actuar con artisticidad en la coacción”. Finalmente, la pregunta que parece ser central en todo el planteamiento político es cómo no ser gobernado de esa forma, por ése, en nombre de esos principios, en vista de tales objetivos y por medio de esos procedimientos, es saber cuáles son los límites del gobierno, un gobierno que es sobre cada sujeto. Es por esto por lo que se requiere un Yo estilístico que responda a la exigencia de aceptar o rechazar la regla. Pero no se trata de una anarquía, nos explica Butler, sino del “arte de no ser gobernado”. Como hará Foucault con la sexualidad, Butler analiza la teorización del género concluyendo más allá, afirmando que también el género es un efecto del poder cuyo límite de validez es posible y virtuosamente deseable marcar su límite de validez (cf. Butler 2007). Para esto habrá que reconocer los efectos coercitivos del saber, los efectos de lo que es aceptable cognoscitivamente, que están en funcionamiento y arriesgar la formación del sujeto. Como Butler apunta, el sujeto crítico tiene que: 1) mostrar cómo operan para crear las condiciones de aceptabilidad y 2) encontrar los puntos de ruptura o discontinuidad. En definitiva, buscar las condiciones de constitución de sí como sujeto y los límites en que tal o cual sujeto posible es efectivo bajo tales o cuales condiciones constitutivas. 2. El género: Butler y Beauvoir "El sexo ha sido siempre el núcleo donde se anuda, a la vez que el devenir de nuestra especie, nuestra 'verdad' de sujetos humanos" (Foucault 2012). El problema del sujeto resultaría fundamental para la comprensión de los vacíos que las investigaciones de los estudios de género se proponen cubrir una vez descubiertos. Estos huecos vacíos perturban la representación de las mujeres en la historia. Es preguntarnos qué hacían y quiénes eran esos sujetos para los que los feminismos teóricos persiguen su representación. Simone de Beauvoir, en El segundo sexo, nos da la apertura del debate sobre el lugar ontológico de la mujer cuando expone que: "Lo que define la forma singular de la mujer es que, siendo como todo ser humano una libertad autónoma, se descubre y se elige en un mundo en el que los hombres le imponen que se asuma como la alteridad; se pretende petrificarla como objeto, condenarla a la inmanencia (…) El drama de la mujer es este conflicto entre la reivindicación fundamental de todo sujeto que siempre se afirma como esencial y las exigencias de una situación que la convierte en inesencial" (Beauvoir 2018: 60) La alteridad, que es el lugar, queda impostada a un género, el femenino, que se construye culturalmente. La marca de lo otro es la definición de las mujeres en términos de su sexo, en la medida en que el portador del universal es el género y sexo contrario, el masculino, el hombre. Pero las teorías feministas contemporáneas se han preguntado si existe la universalidad de las mujeres, si las mujeres comparten algún elemento anterior a su opresión o esos individuos comparten un vínculo únicamente por resultado de esa opresión. Butler rechaza el planteamiento esencialista para los objetivos de la libertad autónoma en términos de Beauvoir por varias razones: por situar al sujeto dentro del análisis de la misoginia, que además siempre es masculino y porque, aunque se reclame el derecho de las mujeres a convertirse sujetos existenciales y con ello a incorporarse a la universalidad abstracta, su posición fáctica se mantendría a pesar de desdoblarse. En ese desdoblamiento, el cuerpo femenino -marca del sujeto mujer- es ya sujeto abstracto que solo es cuerpo fáctico en lo masculino. Es a su juicio “la diferenciación ontológica entre alma y cuerpo [la que] siempre defiende relaciones de subordinación y jerarquía política y psíquica” (Butler 2007:64), el sujeto de la metafísica de la sustancia no cuestiona el género, aunque se dé cuenta de la marca del sujeto. Butler frente a la dupla binaria promueve la identidad provisional de sujeto-agente, es decir, del individuo des-sujeto, “es solo una coalición abierta que se afirma, altera, alterna e instituye en función de los objetivos del momento, en tanto conjunto abierto (…) sin obedecer a un telos de definición cerrada” (Casale y Femenías 2017: 55). 3. Epistemología y ontología en Butler En Qué es la crítica pretende examinar las condiciones con las que aparecen o se producen enunciados que podrían conformar la trama del discurso -dominante-. Butler considera que cuando un enunciado se profiere, este desplaza otros enunciados, en sintonía teórica con la intervención de los mecanismos de poder foucaultianos. En Verdad y poder, Foucault sostiene que “lo que está en cuestión es lo que rige los enunciados y el modo como se rigen unos a otros”, en la misma línea, el análisis epistemológico butleriano sobre los discursos está centrado en aquellos que establecen el marco de validez. Pero no es el objetivo de la crítica butleriana contrastar las condiciones de saber, sino observar cuáles son las necesarias y suficientes para que algo sea considerado como saber. Entonces la crítica no es un método, sino una actitud según la cual se pone en cuestión los conocimientos de una época dada, pero fundamentalmente las condiciones que los hacen posibles, condiciones que considera siempre contingentes (Casale y Femenías 2017: 43). La crítica estaría enfocada a las condiciones que posibilitan que unos temas y no otros sean creíbles en lo pensable, no se trata de inclusión de los excluidos en ontología, sino de ver la arbitrariedad de las categorizaciones que fundan el orden ontológico. Con la crítica así entendida se pueden revisar preconceptos y discursos, especialmente en los estudios de género actuales. El análisis foucaultiano de la política de la verdad que, como se ha dicho, se concreta en los discursos aceptados y puestos en funcionamiento como verdaderos, excluyendo otros, es lo que entra en acción en la crítica butleriana sobre la performatividad y el sexo verdadero. Femenías y Casale se preguntan si la crítica butleriana es un método y defienden en su artículo que lo que muestran sus textos exactamente es una estrategia metodológica. El objetivo de tal estrategia está orientado a mostrar la arbitrariedad de la identidad binaria de los cuerpos y sostiene una actitud crítica hacia esas marcas trascendentes de inteligibilidad, para caminar a la libertad de autorreferencia y auto-representación, la libertad autónoma que señalaba Beauvoir. Sostener que la de Butler es una ontología de hechos y no de sustancias es afirmar, por tanto, que apunta a lo contingente, sin fundamento último y sin sustancia; por eso intenta evidenciar los preconceptos sustanciales de toda teoría o conocimiento naturalizado/normalizado. Considerando la teoría 'queer' que pone en cuestión la naturaleza biológica de los cuerpos y pone en duda la inteligibilidad binaria, Butler examina las condiciones que hacen a la mujer ser el sujeto del tipo que es en el patriarcado o en el sistema de género y sexo. En El género en disputa se activa la crítica al marco que constituyen el sexo y el género, este verifica que solo existe y puede hacerlo un par binario y legitimado ontobiológicamente. En este punto damos con el problema epistemológico de raíz. El discurso del género es producido como régimen de poder, un discurso de tipo jurídico-normativo que performativamente (1) sostiene el binarismo. Butler entonces encontrará la virtud en la discontinuidad o el tabú. Como afirma Casale “la crítica enmarcada en la teoría de género y aplicada sobre la feminidad ha logrado su objetivo: mostrar los límites de un conjunto de proposiciones que se ofrecían como saber (…) [algunas de las proposiciones] son generadas por un modo abusivo de ejercicio del poder sobre las mujeres de parte de los varones” (Casale 2016: 18-42). A modo de conclusión, la perspectiva butleriana presenta puntos fuertes para el análisis de la cuestión de sexo y género, sobre todo si nos movemos en el paradigma de los estudios foucaultianos, del psicoanálisis o lacanianos. Libera al individuo de corsés sociales que son impostados incluso desde antes del nacimiento, a la vez que presenta una alternativa metodológica para enfrentar problematizaciones acerca de los discursos actuales y venideros de los feminismos, de los que nos advierte el peligro de caer en otras nuevas formas de esencialismo. La dificultad parece estribar en establecer la separación entre las estrategias de los movimientos feministas y la teoría acerca de la condición de las mujeres, a tenor de la pregunta que Butler plantea: ¿tiene sentido una política feminista sin la mujer como sujeto categorial y prediscursivo?
Por Agustin Mora Palomares 01 ene, 2020
La ciudad de las damas, publicada en 1405, no es la única obra que Cristina de Pizan escribió, pero sí sea tal vez la que más refleje la situación de las mujeres en la baja Edad Media, al haber servido de piedra angular para la Querella. La ciudad de las damas es, en términos de la autora, un memorial de agravios que pretende edificar con razón, derechura y justicia un "nuevo reino de la femineidad". De cómo fuera recibido en la sociedad de Cristina este libro no se conoce evidencia, aunque como defiende M.-J. Lemarchand parece improbable la hipótesis que se manejaba en el siglo XX sobre la lectura de La ciudad de las damas como una edición de De claris mulieribus de Boccaccio, quien, aun reconociendo la existencia de mujeres ejemplares, para él lo eran "menita sexum", a pesar de su sexo, ya que la concepción acerca de la mujer que predominaba es la de mujer como virago, individuo que aspira a poseer atributos viriles, aunque el problema de autoridad contra los maldicientes que se encuentra en La ciudad de las damas lleve a Cristina a legitimar también su obra en la autoridad de él. Pizan, probablemente motivada por su interés en verse reconocida como escritora y para la defensa de su obra, advierte "que no se me diga que mi argumentación es parcial, porque yo retomo a Boccaccio, cuya autoridad es indiscutible" y en consejo de la dama Razón afirma que está bien refutar ideas amparándose en lo que otros doctos han hecho. Lo que podemos decir es que Cristina de Pizan no era la única mujer que abordó desde la escritura la situación de su sexo. María-Milagros Rivera sostiene que "en la querella de las mujeres participaron pensadoras que identificaron la existencia en su sociedad de operaciones de política sexual (…) que pudieron localizar un poco en todas partes, pero cuya existencia no resultaba nunca explícita. Y tomaron postura política contra ellas" (Rivera 1992: 598), porque la Querella constituyó un repudio a los prejuicios y valores que consignaban tópicos contra la igualdad de los sexos, apuntalando la misoginia, y que siglos más tarde darán lugar al patriarcado y su reacción, los feminismos. 1. Filoginia, comienzos de la andadura por la igualdad Antes que la Querelle des femmes con Pizan, en el siglo XII ya puede hablarse de la Frauenfrage, de la cuestión de mujeres, pero es con la Ilustración cuando el destino de la Querella cobra un nuevo cariz, cuando la igualdad de los sexos y la polémica contra la misoginia se transforma en la vindicación por la ciudadanía, con la que se instauran violentamente los derechos civiles y la autonomía individual, hasta la condena al machismo de hoy, misoginia en grandes cifras que "son globales y aún cantan el terrible destino que nacer mujer puede suponer" (Pérez Garzón 2018). En 1673 Poulain de la Barre publicaba De l'egalité des deux sexes, dos siglos después que Cristina de Pizan escribiera La ciudad de las damas. Más de cien años después vería la luz la Vindicación de los derechos de la mujer, de Mary Wollstonecraft. Ella, en 1972, rompía con la misoginia al incorporar la acción política a la conciencia y el interés por las mujeres en el orden social que se estaba pensando para un mundo en que Dios ya había dejado de ser la autoridad y causa por la que defender la igualdad de sexos. Pero en la baja Edad Media el orden social aún era teocrático. Los argumentos patrísticos al nacimiento de Eva estaban siendo utilizados para apoyar un discurso en la Edad Media que pretendían legitimar, o al menos completar, el corpus misógino. Esto puede verse en la defensa de los autores filóginos medievales como es el caso de El triunfo de las donas de Rodríguez del Padrón (1390-1450), donde los argumentos de materia -la ancilaridad de Eva- y de tempore -la derivación de Eva después de Adán- serán respondidos con otros como el de loco y el de natura, ambos relacionados con Eva, lo que le conduce a la defensa de la mujer como "la criatura más perfecta, por ser creada después y por parecerse más a los ángeles" (cf. Vélez-Sainz 2015: 96-112). 1.1. Hrotsvita y la cuestión del placer femenino También puede verse el caso de la canonesa Hrotsvita (ca. 935-1002), mujer devota que escribió comedias teatrales en prosa cuatrocientos años antes de La ciudad de las damas, y que bien merece un apunte. Como recoge Gilson (1) el teatro cristiano da comienzo en un pequeño, orgulloso principado independiente, guiado por mujeres (2), un monasterio de benedictinas, motivado precisamente por la elocuencia de la literatura pagana y la popularidad aún en el siglo X de las comedias de Terencio y porque aunque en los siglos IX y X el pensamiento filosófico no arroja toda la luz a la cultura como sí ocurre en otros periodos, o precisamente por ello, la cultura clásica es notable siendo los cambios del siglo XII y la Frauenfrage los que preparen la Querella. La escenificación de los amores de las mujeres y del placer entraba en conflicto con las enseñanzas morales de la Vulgata y, como Cristina de Pizan, también Hrotsvita se encontraba en un espacio cristiano por lo que es comprensible el sonrojo que ella misma siente al tener que superar el pudor para con sus obras demostrar que si es más fuerte la tentación, el triunfo de la virtud como la inocencia será más admirable. "Frecuentemente me siento enrojecer de vergüenza y de confusión, porque no puedo emplear este estilo sin imaginar y describir la detestable locura de los amantes criminales y la impura dulzura de conversaciones que nuestros oídos deberían negarse a escuchar; pero si hubiese evitado estas situaciones por pudor, no habría alcanzado mi objetivo, que era demostrar la gloria de la inocencia en toda su claridad" (Hrotsvita, citado en Gilson 1965: 215). Al igual que Cristina de Pizan, Hrotsvita era culta y privilegiada, como ella, también escribió apoyándose en el cristianismo, para una mujer cuyo modelo estaría en las virtudes y su diferencia en el sexo. Luego entonces, será el sexo lo que determine la defensa de la mujer frente a los ataques de hombres que son "sucios y negros pedruscos" (3). 1.2. La ciudadanía como sustrato político La cuestión de las mujeres es un asunto de ciudadanía. En eso Cristina de Pizan parece adelantarse a sus coetáneos incluso en la llamada a la acción de las mujeres para las que escribe que "ha llegado la hora de quitar de las manos del faraón una causa tan justa". El interés por la mujer en el mundo y por la igualdad de estas con los hombres primero -la igualdad de sexos- y la igualdad de derechos, después, forja pasada la Edad Media movimientos de mujeres que discurren sobre temas que están presentes en La Ciudad de las Damas y otros que la superan, entre ellos la educación. Josefa Amar y Borbón defendió como Cristina de Pizan que, si las mujeres tuvieran la misma educación que los hombres, harían tanto o más que estos (Amar y Borbón 1876). La educación de las mujeres, aún en el siglo diecinueve, alejada de toda perspectiva religiosa, seguía formando parte de esas operaciones de política sexual que al comienzo señalábamos. 2. Límites de la ciudadela feudal ¡Que callen ya! ¡Qué se callen para siempre esos clérigos que hablan mal de las mujeres, esos autores que desprecian en sus libros y tratados, y se mueran de vergüenza todos sus aliados y cómplices por lo que se han atrevido a decir! (Pizan 2013: 91). Llegados a este punto podemos plantear si La Ciudad de las Damas es protofeminista. De los tres libros que lo forman, en los tres primeros capítulos del libro I está el sustrato más político por cuanto más duro es el discurso contra los misóginos. Pero aún es demasiado dependiente de la idealización de la mujer, muestra de ello es la defensa de la mujer por el reconocimiento de la moralidad o el uso del evangelio para sostener dos argumentos que podemos concretar en que, por un lado, de la igualdad de almas se deduce la igual capacidad moral, y que de la proximidad de la mujer concreta con la virgen a través de ese ejercicio moral se aduce contra los maldicientes que difamar a las mujeres es tanto como blasfemar. Cristina no cuestiona el orden social que sostiene las desigualdades sino que forma parte del grupo de autores y autoras filóginos, es decir quienes quedaban al otro lado de la misoginia. Pero sí deja ver la capacidad de la autora para reconocer los argumentos misóginos que operan en los dichos contra las mujeres. Las razones misóginas que dibujan a la mujer como glotona y comilona, débiles como los niños, lloronas, charlatanas e hilanderas, son respondidas largamente por Cristina caricaturizando a los misóginos como unos envidiosos, repletos de vicios, a quienes gusta hablar mal y hablan demás para parecer sabios. La utilización del yo diegético presenta también ciertas dualidades en la defensa, sirva señalar cómo en el capítulo VII del libro II presenta una idealización del cuidado como función de las mujeres con el objeto de restar tristeza al hecho de tener una niña en vez de un varón hijo, y utilizar en el libro I el aislamiento doméstico y la misma función de los cuidados como lastre para la inteligencia femenina al privárselas de experiencias. En ese asunto tanto como en lo que significa la división sexual del trabajo (cf. págs. 49, 53 y 77) Cristina se sirve de razón para dejar abiertas preguntas o dar razones con las que ella misma podría en realidad estar discrepando. El límite de La ciudad de las damas no está en la ciudad que construye, sino en que no parece ser una obra que cuestione radicalmente el orden establecido, aunque se deba reconocer el valor de la obra. El límite es que queda a medio camino, entre el empoderamiento de las mujeres (la demostración de razón y capacidad literaria) y el rechazo de la exclusión de la mujer del sistema judicial (cf. págs. 49, 57 y 77), o bien, perpetuando roles y sosteniendo la dominación sexual: "Queridas amigas casadas, no os indignéis por tener que estar sometidas a vuestros maridos, porque el interés propio no siempre reside en ser libre (…) que ninguna de vosotras se obstine en defender ideas frívolas o poco razonables, ni recurra a un lenguaje o actos escandalosos, tan poco apropiados para una mujer. (…) mujeres de alta, media y baja condición, que nunca os falte conciencia y lucidez para poder defender vuestro honor". Efectivamente, Cristina subraya la defensa del honor de las mujeres, da un portazo a la misoginia pero es incapaz de efectuar el movimiento hacia la fundamentación de un orden diferente ajeno a la diferencia sexual, en el que la fidelidad feudovasallática y la culpabilización de los males matrimoniales a las mujeres (contenidos en las doctrinas de los Padres de la Iglesia y reforzados en la Edad Media) queden desterrados del trasfondo de la política de la ciudad. La fundamentación empezará a elaborarse siglos después. La honorabilidad ha constituido el ideal de masculinidad, ataviaba a los hombres de un rol de género que los convertía en garantes del interés del linaje, o lo que es lo mismo, del orden familiar en el que el matrimonio seguía siendo algo contractual (4). Finalmente constatar que en el capítulo LIII del tercer libro se pregunte por qué otras mujeres no habían escrito un libro de tal envergadura, que denunciara que solo exista la perspectiva de los hombres, el camino iniciado por la igualdad de sexos tendrá repercusión en obras de siglos posteriores como las de Josefa Amar (Discurso sobre la educación física y moral de las mujeres, 1790), ya citada e Inés Joyes (Apología de las mujeres, 1798). No se pretende aquí apoyar la idea de que si consideramos a las autoras y a los autores que bien en el contexto de la Querella u otro han pensado en ciertos términos de igualdad a la mujer, o que la han defendido en la medida de sus posibilidades, el feminismo encontraría sus antecedentes a lo largo de todas las épocas, lo que supondría negar la dependencia contextual de las llamadas olas feministas. La ciudad de Cristina, como la habitación de Virginia Woolf, proyectaba ese espacio de creación propia, un espacio defensivo, un espacio en el que ver emerger nuevas experiencias de las mujeres.
Por Agustin Mora Palomares 30 ene, 2018
1. Sobre los diez pecados capitales Filósofos de la burocracia como Carlos Marx, Augusto Compte y el sociólogo probablemente más estudiado, Max Weber, han vertido esfuerzos en sus críticas y propuestas sobre la administración y el gobierno de los Estados. Nuestro propósito es desgranar el análisis que de Del Valle y Chaves presentan en una obra más reciente y alejada de grandes sistemas; los autores, en Los diez pecados capitales de los empleados públicos ofrecen su perspectiva de la naturaleza y los cambios en las administraciones públicas, esta consiste en cómo es el trabajo cotidiano del funcionariado, qué clase de personal es y cómo es la relación con el resto de grupos, que son los políticos, de un lado y la ciudadanía, de otro. Con este libro se trata de perfilar, el "buen" funcionariado, la "buena" gente política y la "buena" ciudadanía. Los pecados capitales son ampliados hasta diez en homenaje al ensayista Fernando Diaz-Plaja. Esta primera observación tiene la finalidad de justificar el orden formal de toda la obra, si el ensayista había tratado en 1972 las costumbres más castizas de la cultura española, resulta interesante hacer lo propio en 2016, año en que Del Valle y Chaves escriben. El texto contiene diversas anécdotas y referencias a refranes, el lenguaje se aleja de retóricas precisamente haciendo gala de algo que más adelante los autores señalarán y es que, en teoría, hoy el lenguaje de las administraciones públicas está más cercano al lenguaje de la ciudadanía. Que el escenario burocrático sea sometido a análisis y, a decir verdad, un análisis más reflexivo que de interés puramente teórico, por gentes del gremio funcionarial arroja una perspectiva única para evidenciar aquello que la teoría (o teorías) de la organización problematiza. Es, no cabe duda, un instrumento valioso para acompañar la discusión teórica sobre los problemas, virtudes y el ser mismo de las administraciones públicas como organizaciones diferenciadas de otras (pensemos en asociaciones de vecinos, de padres y madres, empresariales, sindicales…). Soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia, pereza, frivolidad, intransigencia y oportunismo son los diez pecados de los empleados públicos. 2. No hay máquina sin mecánica La evolución de las administraciones públicas, desde su configuración como elemento del Estado (de forma notable con la vinculación y el desarrollo del derecho) y el poder que el mismo concepto sugiere, no ha sido lineal ni regular (1). Como decíamos al comienzo, el estilo de composición de la obra hace sobresalir la experiencia, la mecánica, de los autores en la máquina burocrática que son las administraciones públicas. Pfeffer define la política en las organizaciones como “conjunto de actividades que se realizan para adquirir, desarrollar y utilizar el poder y otros recursos para obtener los resultados que uno prefiere en una situación de incertidumbre o disensión”. Traemos a colación esta definición en la medida en que rescata la idea que también está en Baena del Alcázar sobre la articulación del poder, pero matizamos la última parte de la definición de Pfeffer, ya que en el ámbito de la administración pública nos movemos en un espacio institucional que determina cómo se dan las relaciones entre quienes “hacen política” en este sentido, no solo los empleados públicos, sino todos los miembros de las administraciones públicas, como veremos. “El enfoque del ensayo -afirman- es evidenciar los puntos débiles de los empleados públicos”. De esta manera nos describen la administración pública (la máquina) por el funcionamiento; un enfoque político de poder y conflicto (2) para el análisis resulta el más idóneo a nuestro juicio, en la medida en que podrá nutrirse de los casos que los autores exponen donde sobresale el corporativismo y un posible agotamiento del mismo, los problemas derivados de la pluralidad de actores en la toma de decisión (sindicatos y políticos de distinto signo, lobbies externos a la propia administración…) también por una estructura jerárquica y de promoción interna así como de la pluralidad de intereses y objetivos, entre otros. Para ilustrar las relaciones que observamos en el recorrido de la obra fíjese en la figura 1. Los autores prestan atención a la mecánica que se establece entre los tres grupos que señalamos. Por un lado, los políticos, jefes del funcionariado en relación con sus subordinados nos dirán si existen limitaciones ¿pueden los funcionarios actuar libremente? ¿pueden los políticos actuar libremente? ¿lo hacen?; Por otro lado, el funcionariado consigo mismo, las escalas, distinciones entre el funcionariado, conductas en la oficina, corporativismo; y, en otra esfera, las relaciones y tensión entre el personal de las administraciones públicas, los empleados públicos, y los beneficiarios de sus servicios, los ciudadanos. 3. Funcionarios humanos, demasiado humanos Dice Thompson en un conocido texto, clásico en su materia, que “los funcionarios cometen inmoralidades por codicia, deseo de poder o lealtad a su familia y amigos. Pero hay una suerte de inmoralidad propia de la función pública que paradójicamente muestra una apariencia más noble, pues no se la comete para satisfacer objetivos personales sino la búsqueda del bien común”, aquí se trata “el problema de las manos sucias”, que sería el equivalente a un pecado capital de índole mayor. No obstante, es cuanto menos interesante pues tan solo en este párrafo aparecen directa o indirectamente gran parte de los pecados que Del Valle y Chaves articulan en su libro. Precisamente, Thompson da cuenta del “delito” que corrompe la “eficacia indiferente”, el hacer el bien sin mirar a quién, algo que por otro lado se da por hecho sea la norma. Este es un primer punto que destacar de toda la obra, los funcionarios no están exentos de cometer inmoralidades (pecadillos), pero no es lo común, a pesar de la creencia que sí es común. Los funcionarios, desde el agente de policía, la agente de bombero, la médica, el profesor de escuela y hasta la secretaria-interventora de un ayuntamiento, por citar algunos, cumplen con su deber sin animadversión por el jefe o los superiores ni por el ciudadano que no siempre están exentos de responsabilidad en la tensión de la oficina pública. "Los procedimientos y órganos administrativos no existen por capricho o perjudicar al gentío (…) sino para facilitar el estado de derecho y el bienestar ciudadano (…) si hay abusos o malas prácticas lo suyo es corregirlos" (Del Valle y Chaves 2016: 45). No se peca de optimismo ni de ingenuidad. Los autores son conscientes, a la luz de toda la obra, de las cuestiones a mejorar y de aquellas que funcionando correctamente es justo resaltar para prevenir el prejuicio común (que es opinión común) del que hablamos anteriormente. Después de todo, han superado las pruebas selectivas, unas “oposiciones”, que se convocan cuando los presupuestos generales del Estado (PGE) o de las comunidades autónomas lo permiten y los gobiernos están por la labor. Funcionario rutinario La falta de estímulo del quehacer en la oficina, como si la “Teoría Y” fuera resistente a las administraciones públicas y sus directivos permeables a las aspiraciones del funcionario, no en vano “conforme se acumulan trienios puede más la seguridad de la comodidad y experiencia del viejo puesto que la aventura de uno nuevo con su incertidumbre” (Del Valle y Chaves 2016: 151) problema otro es la delegación de competencias no siempre clara, asunto que también recogen los autores. La de los tres mosqueteros La acusación de corporativismo funcionarial “todos para uno, uno para todos” está fundada, pero no siempre ha pecado del mismo grado de soberbia dicen los autores. Así en la segunda mitad del siglo XX los cuerpos se asemejaban a una secta de intereses corporativismo. La estructura administrativa se presta a ello. "Como todo grupo organizado, al aumentar la presencia e imagen (…) se ven guapos (…) la soberbia individual se alimenta bajo el paraguas del corporativismo tolerado o cómplice. Cuerpos cosméticos (…) sin ser ya un cosmos en sí mismos" (Del Valle y Chaves 2016: 61). No todos los cuerpos son iguales, obviamente. Ni piden lo mismo. Ni pecan en el mismo grado, sino que es colateral al escalafón que ocupan en el entramado de las administraciones públicas. Como tampoco su estatuto es intocable (los autores en este aspecto refieren a un estoicismo en soportar retrocesos de derechos laborales a merced de la coyuntura que excusa la voluntad de adelgazar o mantener la administración en función del gobierno). La erótica del lujo Después de superar unas oposiciones (criticadas en su forma por funcionarios, políticos y ciudadanos, a la espera de que cambien poco a poco) el residuo que exhibe el funcionario en nuestros tiempos es que, aunque esté valorado su trabajo de aquella manera al menos es estable (no es baladí, baste pensar en la vigente reforma laboral y cualquier otro gremio de trabajadores donde la precariedad es un signo habitual). Nuevos oficios, no funcionarios nuevos Networking, nuevas tecnologías y administración electrónica son un horror para el funcionario que se examinó con máquina de escritura, los funcionarios analógicos, los expertos por experiencia más que por productivos. De los nuevos tiempos -curiosa expresión, ¿acaso no son “siempre” y cada vez nuevos, cuando la tasa de reposición no hace de las suyas?- el agravio comparativo (Del Valle y Chaves 2016: 129), aquello de todos iguales, aunque desiguales (Del Valle y Chaves 2016: 129, 131 y 134), luego están los funcionarios que envidian el sector privado (Del Valle y Chaves 2016: 133) y funcionarios que son envidiados. 4. La ciudadanía de Fuenteovejuna El funcionario, visto por los ciudadanos de Fuenteovejuna es un glotón insaciable, unos perezosos, vagos, tercos, privilegiados... bueno, no todos, algunos como se ha dicho anteriormente son envidiados ¿lo son por eso mismo? Probablemente. Sin súplicas Un elemento modernizador de las administraciones públicas es llamar a las cosas por distinto nombre (Wittgenstein tendría algo que decir en esto) y es que es sintomático de cómo la administración pública se va transformando, dicen los autores que los tratamientos no son los que eran, al igual la concepción de estar al servicio de la ciudadanía se da por sentado y es común en el funcionariado. Las súplicas ahora son solicitudes. La burocracia, el papeleo, aun habiendo experimentado un auge significativo ha traído consigo normas de “racionalización de la administración pública”, irónico uso de los términos cuando en la mayor de las veces se desliza un sesgo ideológico por el que la racionalización en vez de simplificación se torna en recortes; y nosotros no podemos evitar pensar en lo distinto que escribiría hoy Weber. Con paciencia Afirman los autores que “los ciudadanos no quieren amistad con quien está gestionando su expediente, sino que sea imparcial y resolutivo”. Quedémonos con la resolución, que de la imparcialidad dependerá del interés que en cada caso se baraje. Del Valle y Chaves no son ajenos a la inercia que impone vivir en tiempos modernos (3) ni el ciudadano se sienta a escuchar, ni el funcionario, que es el experto de la burocracia, acostumbra a explicar. 5. Políticos son los que vienen y van Los autores lanzan al lector preguntas como las que sucintamente formulamos a continuación, ¿pueden los funcionarios actuar libremente?, ¿pueden los políticos actuar libremente?, ¿lo hacen?, ¿quién es la autoridad?, ¿se aprovechan los políticos de los funcionarios? Estas preguntas dejan abierto el debate. Necesariamente ambos, políticos y funcionarios, se deben a las leyes, que si no es corrupción (4), pero el ordenamiento de las administraciones públicas, jerárquico, deja lugar a cierta discrecionalidad, útil para dar cierta flexibilidad a la administración, pero no exenta de vicios. Soberbio Dícese de quién manda (político) dice qué, quien haya de hacerlo (funcionario) que cuide el cómo. Los políticos son los encargados groso modo de marcar los objetivos políticos de las administraciones, pero, tal y como los autores observan, el distinto ritmo y metas de funcionarios y autoridades desagrada a ambos que el funcionario muestre iniciativa y el político se apropie de ella o la ignore. Interinos que van y vienen Los políticos gozan de vestir la chaqueta de la dirección de la administración, después de todo han sido elegidos por el pueblo o por quienes eligió el pueblo. Como “no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista” quienes ha superado una oposición, son expertos y subordinados, y a los políticos verán como gentes que hoy están y cuando toque cambiarán -lección de humildad-. Una relación estrecha y tirante Al igual que todos los miembros de una oficina están obligados a convivir, estos también lo están con los políticos “en esa enorme pecera”. Explican los autores que, en ocasiones, el político no busca la sabiduría del recién llegado a la oficina, sino la eficacia resolutiva del veterano y se tejen lazos de recíproca fidelidad. A consecuencia de ello los demás perciben quien manda en la sombra, quien teje y desteje. En definitiva: "La relación entre funcionario y autoridad es y debe ser leal, dinámica y no traumática" (Del Valle y Chaves 2016: 109).
Por Agustin Mora Palomares 06 sept, 2017
Advertí hace tiempo algunos textos de Amin Maalouf, pero no fue hasta hace algunos meses cuando me suscitó qué pensar eso de la identidad, la pregunta por quienes somos, un tema de calado y que sin embargo suele pasar desapercibido en nuestro día a día. En el trabajo que sigue se recogen referencias e ideas de filosofías de distinta época, de especialistas de distintos ámbitos o, dicho de otro modo, de individuos a quienes antes esta pregunta les suscitó de alguna manera un cierto interés, acaso suficiente para problematizarlo. Abordar la dinámica social desde una perspectiva filosófica presenta tantos problemas como hacerlo desde la antropología, la ciencia política, la psicología social o la sociología. No por ello se prescinde de bibliografía y perspectivas de su estudio en las diferentes disciplinas humanas y sociales. El presente artículo queda dividido en dos bloques. En el primero de ellos se aborda el carácter social de los individuos y las dimensiones que configuran la identidad en términos más generales que en el segundo, centrado ya en el análisis del uso del término de identidad en la obra de Amin Maalouf. Es, por consiguiente, en el segundo bloque donde el lector encontrará el grueso del análisis, crítica y réplica al concepto de identidad. Versar la identidad es "hablar de nosotros" como Maalouf hace en sus libros, pero también "de quiénes son otros", en ese acto está el ánimo, unas ocasiones para comprender lo que Maalouf cuenta y en otras para tomar distancia con más interrogantes. Tras esto cabe preguntarse entonces qué es la identidad. Esta cuestión será abordada a lo largo del artículo que sigue a la luz de distintas obras y autores para después exponer algunas nociones discutidas en Identidades asesinas de Amin Maalouf y sobre plantear al punto de partida, ¿es el individuo moderno, su identidad, un tipo racional, aislado, ansioso e impotente?
Por Agustin Mora Palomares 29 mar, 2017
En este artículo se ofrece una perspectiva de la teoría de las formas de gobierno que pudiera construirse a partir de la obra de Hegel. Señalamos la influencia y distancias de este autor con relación a Montesquieu, los límites que pueden observarse y que pudieran abrir vías de investigación
Por Agustin Mora Palomares 20 feb, 2017
¿Pueden conocerse los entresijos de un sistema político como el de la monarquía parlamentaria canadiense en poco más de cinco años? Desde luego, ello dependerá del lugar en el tablero en que estemos. Fuego y cenizas constituye el testimonio en primera persona de Michael Ignatieff, quien fuera líder del Partido Liberal de Canadá y Jefe de Oposición entre 2008 y 2011. En diez capítulos, a los que se suma una sección de notas y agradecimientos, el autor ofrece un repaso a los hechos y las decisiones que le condujeron al primer plano de la política canadiense y dejar, al menos temporalmente, su perspectiva de observador y académico. En su "crónica analítica" se perfila el carácter autobiográfico e intención reflexiva del autor, sus posiciones respecto a cuestiones sociales, la influencia del entorno familiar en el político, las motivaciones personales y comunes, los reveses y desengaños, la confianza en las instituciones, la idea o ideas de país; lo que es, en definitiva, esa esfera que engloba lo político en términos de oficio por dedicación. El estilo abandona retóricas literarias para guiarnos por un discurso sencillo y accesible donde lo importante es el contenido. Gracias a ello se puede considerar que los acontecimientos sobre los que está construido ceden paso a las conclusiones que se extraen de tales experiencias. Es un libro que "rinde tributo a la política y a los políticos" y si para él mismo supuso un reto el escribirlo, para el lector es una degustación agridulce entre el desiderátum y el prácticum del político. No nos parece casual el uso casi metafórico del título que se le da al libro. "Fuego" y "cenizas" evocan el sentido particular de la actividad política y las huellas que deja, fotografiando el habitus político. Esto se deja ver en la primera parte y el último capítulo, donde brilla especialmente el entusiasmo, la superación, el vértigo y la energía de quienes escuchan la llamada por conocerse a uno mismo pendiendo de los otros en el lugar que representa a todos. Todo empieza con la propuesta de “los hombres de negro” que iban a prepararle para el liderazgo del Partido Liberal de Canadá. Hacerlo supondría transformar su rutina, pero no sabría hasta qué punto. ¿Era un arrogante? Esta es una de las primeras preguntas que el autor nos lanza al comienzo. ¿Lo era por dejarse llevar por la emoción y un sentido de deber familiar? ¿Era ambición? Entrar a formar parte del establishment de políticos era tanto un reto personal como un reto para no abandonar sus ideales. Realmente, la pregunta del por qué entrar en política, escondía un por quién. "No se puede ser político para rendir tributo a una saga familiar de políticos. Lo bueno de la democracia es que hay que ganarse ser político. Ni la genética ni la historia familiar determinan el destino" (pág. 38) Ignatieff tenía que saber por quienes iba a dar el paso y una respuesta al por qué es que quería sentirse útil, sobre todo en los comienzos. Tenía que dejar su vida de académico para saltar al campo de acción, esto es, tenía que dejar de ser un aficionado. Él, aunque nacido en Canadá, vivía en Estados Unidos, sabía de los retos que el país enfrentaba, pero no estaba seguro de conocerlos. Había participado en movilizaciones, había seguido a alguien, ofrecía a sus estudiantes las lecturas de Maquiavelo, pero aún tenía que enfrentarse a ser un político profesional. Aún tenía que contrastar los informes que recibía sobre el país, con la realidad del país. Los problemas no eran los mismos, los intereses tampoco. No todos son aficionados. Los políticos hacen de su dedicación al servicio público "una profesión", donde el tiempo es el terreno en que se mueven. Se exponen al rechazo público, a la crítica y a la oportunidad. El impacto del tiempo sobre los acontecimientos es de suerte una lección que Ignatieff no podía conocer de no haber sido político que será el actor que explotará los acontecimientos en su propio beneficio. El político aprende a evaluar los gestos de los otros, a decir lo que los otros quieren escuchar. Lo hace para ser escuchado. La política es combate dialéctico, teatral, un juego por vencer en el dominio de palabras, un enfrentamiento donde adversarios actúan por lograr aquello para lo que han saltado al escenario público. Tendrán que diferenciarse del resto; esto lo supo Ignatieff en la carrera por el liderazgo del Partido. ¿Qué le diferenciaba del resto de candidatos y qué le hacía mejor? Entre tanto, la rivalidad deja a un lado la amistad, no es cosa de enemistades. Toda competición supone dejar atrás a otros, a rivalizar el lugar al que se pretende, unas primarias no son menos. En el Partido Liberal canadiense las primarias son un proceso casi connatural a su modelo, no obstante, son interesantes las críticas del autor (capítulo quinto). Él considera fundamental la regulación pública de la financiación en las campañas y añade el establecimiento de un límite máximo a donaciones y la prohibición de que organizaciones no vinculadas formalmente al candidato hagan campañas en su favor, tomar en consideración las donaciones a los partidos políticos o, en su defecto, a los candidatos en un proceso de primarias, y limitar los recursos de que una candidatura dispone puede ser útil para salvaguardar la igualdad de principio. Ignatieff, un outsider, contaba con un equipo de voluntarios -aficionados- en la campaña por el liderazgo del partido, tenía que medir su posición entre el cambio que inspira alguien de fuera y la estructura del Partido. Apostó por hacer política puerta a puerta para conocer los mundos que se habían de conciliar. Percibimos otra necesidad: sentir los hechos para motivar sus acciones. La política se había convertido (y esto fue un desengaño) en un estado permanente de campaña, primero en clave interna, luego por las instituciones. En ese estado de confrontación él estaba en la oposición y tenía que liderar un grupo parlamentario a la vez que ejercer el control del gobierno y defenderse de las acusaciones que el Partido Conservador y el NDP (Nuevo Partido Democrático) lanzaban entre elecciones. El gobierno, al estar a cargo de las instituciones, por contra, está en una posición de privilegio táctico para anticiparse a la respuesta de la oposición. Ello a cuenta de cómo el gobierno de Stephen Harper entorpecía la labor de la oposición. Y, sobre lo anterior, plantea la pregunta acerca de si el votante puede delegar absolutamente toda la representación o debe estar vigilante (pág. 130). Ahora bien, lo relevante para el autor no es mostrar la actitud del gobierno, sino abrir la reflexión acerca del compromiso con los votantes, de la responsabilidad de los votantes en la supervisión (en algún sentido del término) de sus representantes y una apuesta por frenar la desafección de la ciudadanía (pág. 126). Encontramos en el capítulo dedicado a enemigos y adversarios una definición de "partidismo", es anteponer la línea del partido a las valoraciones personales (pág. 181). Sostiene que si un político no es partidista es un necio. El juego de la persuasión, del talante, cierta teatralidad, forma parte de la vida común de los políticos. De la dicotomía entre la conveniencia frente a los principios surgen los dilemas esenciales de la política. "¿Lealtad a quién?" se pregunta Ignatieff cuando asiste al juramento en Parliament Hill. Prometió lealtad a Su Majestad ¿por qué no a quienes le habían elegido? Es mera formalidad, pero la política está repleta de símbolos y ceremonias. No podemos dejar pasar por alto cómo Ignatieff describe su experiencia con los medios de comunicación. No dudaríamos que conforme los medios han evolucionado, la política también. No es lo que quieres decir, sino lo que la gente entiende (pág. 98) es la precaución acerca cómo afrontar la relación con los medios. Ser periodista o profesor no te prepara para afrontar las entrevistas, las ruedas de prensa y las preguntas incómodas. No hay espacio para la improvisación o, mejor dicho, hay que renunciar a la espontaneidad. Incita a reflexionar y sentir las realidades del país y las diferencias con las que un territorio cuenta. Diferencias que la política tiene que hacer compatibles. El político tiene que escuchar, pero sobre todo tiene que ser quien hable, quien se posicione y transmita qué es lo que quiere hacer, con sus palabras y sus gestos y acciones, cuál es la comunidad a la que aspira. En conjunto, Ignatieff reseña la democracia. Por un lado, entendida como un plebiscito diario en el cual el representante está sometido a la aprobación de sus propuestas -y su conducta misma- y, por otro, acerca de su universalismo. Lo más valioso de la lucha por el derecho a ser escuchado es que el votante sigue siendo el árbitro (pág. 166). Ignatieff sin pretender hacer un manual para jóvenes políticos (y apasionados de la política) ha logrado hacerlo. Con sus palabras comparte la experiencia del sacrificio que amigos, conocidos y familiares hacen cuando deciden dedicar tiempo al trabajo común y transmite la pasión por hacer; a través de sus reflexiones, Ignatieff nos enseña a no temer equivocarnos.

\ Trabajos originales

Por Agustin Mora Palomares 05 ene, 2021
El concepto de sexo, como otros conceptos, es cambiante.
Por Agustin Mora Palomares 04 ene, 2021
La propuesta teórica de descolonización de las ciencias sociales que Grosfoguel expone (1), da lugar a la reflexión que su axioma abre: ¿Es posible la ruptura con el universalismo eurocéntrico? ¿El eurocentrismo del que se advierte contamina toda la producción científica?
Por Agustin Mora Palomares 03 ene, 2021
Desde la revolución industrial y del análisis del materialismo científico han sucedido una gran variedad de transformaciones en el sistema de trabajo, de sectores productivos y de las propias teorías del trabajo. En este punto nos situamos en el momento actual, donde hablamos de mercado, mercado de trabajo y economía global o transnacional. Campos Ríos (2003) toma de Braudel (1979) la idea acerca de la dinámica de transformación y cambio del mercado; ésta sería la directriz de las desigualdades entre zonas desarrolladas económica y tecnológicamente (también en derechos y libertades cívicas) y zonas en subdesarrollo. A partir de la premisa de que tal dinámica conduce a una impresión de rápidas transformaciones del mercado de trabajo y del sistema económico, obliga a actualizar la teoría, que en su defecto, corre de una suerte más lenta y por ende, menos avanzada. Lo que significa que las reformas laborales son ad hoc de la realidad laboral y nunca para su programación, que la realidad laboral es más dinámica que su propia regulación y que cuando se produce llega tarde. En tanto que todas las teorías del trabajo han considerado el trabajo como una de las vías de que disponemos para la autorrealización y con ello el desarrollo del bienestar de los individuos, es idóneo centrarnos en el análisis de la teoría del capital humano para, a partir de ahí, ponerlo en relación a la noción de empleabilidad. Referirnos a la teoría del capital humano es un paso necesario ya que de ella se desprende la noción de empleabilidad como una actualización de sus principios teóricos. La empleabilidad, desde esta perspectiva teórica, se hace evidente cuando la sobreoferta de la fuerza de trabajo se concentra en momentos de crisis económica.  Max Weber se propuso investigar el trabajo industrial con el objetivo de someter a estudio la adaptación de los obreros al sistema de trabajo. Por un lado observó las consecuencias patológicas de la fatiga y exceso de esfuerzo y por otro lado vió los procesos de selección del empleado, todo esto a partir del criterio de rentabilidad. En cambio, las teorías del capital humano consideran que el conocimiento es una variable a tener en cuenta aunque no es la única. De tal forma que la investigación sufre un giro hacia las preferencias de los individuos: partiendo de que la productividad está condicionada a los empleados, se tiene que analizar la relación-vinculación de los trabajadores (empleados) con la empresa (empleador); este enfoque nos resulta muy llamativo pues introduce en el debate teórico nuevas aportaciones. Se puede observar cómo en la divergencia de la centralidad del trabajo en la vida social (pública) introducir como variable la vinculación de la persona trabajadora con el empleador puede arrojar nuevos interrogantes y devolvernos a una gradación de satisfacción del cumplimiento de las potencialidades del obrero, que se justifican con el concepto amplio de trabajo de Nogera. «Empleabilidad» surgió como tal a finales del siglo XX, cuando la crisis del mercado de trabajo se hizo más patente; proviene de employability, habilidad para obtener o conservar empleo e implícitamente, como señala Campos Ríos, es la capacidad demostrada en el mercado para evitar el desempleo. Señalado esto, son los teóricos del capital humano, hacia el ecuador del siglo XX, cuando realizaron estudios sobre el comportamiento en el marco del enfoque económico, los que advierten del comportamiento laboral (a veces velado) para la selección del empleado, siguiendo la premisa de que el capital humano sirve para articular los criterios de organización del mercado laboral. Tales estudios, que recoge Campos Ríos (2003), analizan el trasfondo económico de las decisiones humanas, aunque ya Weber en el siglo XIX había dado el primer paso al tratar de averiguar los elementos que sirven al departamento de RRHH en la selección del personal. Retomando las aportaciones de los teóricos del capital humano, una vez expresada la noción de empleabilidad y previo a considerar las implicaciones que ello apareja, es perentorio decir que desde tal noción lo que viene a definir la posición de las personas des-empleadas en la fila de des-empleo no es un asunto de temporalidad-estructural, sino de las habilidades (la empleabilidad) de cada individuo. Para entender cómo esto se produce basta con considerar la participación de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos) en materia educativa que está centrada en apoyar la tesis de empleabilidad a través de su implantación en los sistemas educativos sustituyendo el término actitudes por el de competencias que sirven por ejemplo en el SUE (Sistema Universitario Español) para evaluar al estudiantado. Dos son los elementos para un debate en torno a esta cuestión: En primer lugar, la desigualdad que se produce con el impacto de estas políticas en países occidentales, frente a aquellos que se mantienen ajenos (al menos en esta materia). Y, en segundo lugar, a nivel local, cabe plantear si las estrategias educativas europeas (a partir del proceso de Bolonia, especialmente) llevan incorporados valores que conducen a la transformación de las Universidades y sistemas educativos en mercancías u objetos de comercio, es decir, si esconden la comodificación de la Educación. Con la doctrina de la empleabilidad cada individuo se oferta por un valor que está determinado por la capacidad de desenvolver sus competencias. Algunos teóricos consideran que son otros los criterios que los empleadores utilizan. En el caso de Thurow (1993) éste sería el de la entrenabilidad, es decir, la experiencia profesional previa. Sostiene que el entrenamiento y la educación no son calves en para determinar la productividad del mayor empleo de capacidades de cada trabajador, en cambio y de modo distinto a segmentalistas y teóricos del capital humano, considera que la productividad es un atributo de los puestos de trabajo y no de quien lo ocupe, por lo que un sistema con baja productividad es un sistema de puestos de trabajo obsoletos, con independencia de las capacidades de quienes puedan ocuparlos. Thurow además introdujo variables como el sexo y la raza para el estudio de las diferencias salariales en los puestos de trabajo. Entre estos planteamientos la dicotomía está en quienes consideran que la productividad es dependiente de las habilidades, competencias y destrezas de las personas que son seleccionadas para un puesto -el individuo capitalista- o quienes, en cambio, concluyen que de la oportunidad de trabajo se derivará el desarrollo de las habilidades y que, por consiguiente, la apuesta debería ser tener mejores puestos que en sí mismos fueran más productivos. La consecuencia de la empleabilidad es una mayor desigualdad entre los países con un alto grado de industria tecnológica e I+D+I frente aquellos cuyo sistema productivo prima a otros sectores y cuyo poder geopolítico y mercantil es más limitado. Con la empleabilidad se brinda más libertad a la empresa empleadora en la selección, esto supone que si el mercado de trabajo había respondido más a los intereses del sector privado, dicha respuesta se acrecienta en un contexto en que la normatividad está más restringida por las tesis liberales que han copado las economías. Además, las organizaciones sindicales de clase se enfrentan cada vez más a la reactualización de sus apoyaturas ideológicas, que en ocasiones impiden ofrecer una respuesta inmediata a los cambios del mercado; así, ante el mantra de la promoción del emprendimiento –que puede favorecer el desarrollo del trabajo de concepto amplio- se hace necesaria la reflexión acerca del presente para abordar los cambios que después de la reestructuración del mercado financiero tras la crisis económica del primer decenio de siglo se vienen produciendo sin cesar a costa de las trabajadoras y los trabajadores y que la situación de emergencias sanitaria y climática actuales vuelven a poner en jaque allí donde la capacidad de los gobiernos ha menguado a favor de los intereses privados.
Por Agustin Mora Palomares 30 mar, 2020
Boecio. (2015). La consolación de la filosofía (2 ed.). (P. Rodríguez Santidrián, Trad.) Madrid: Alianza.
Por Agustin Mora Palomares 30 mar, 2020
Índice de contenidos: ¿Quién es el sujeto de la vida, quién es Fulano de Tal, o, quién soy yo? Hacer verdad o verdad absoluta Vida Atisbos de otra Historia Referencias y obras sugeridas
Por Agustin Mora Palomares 30 mar, 2020
El presente trabajo lo he querido enfocar a partir de un estudio pormenorizado de los planteamientos de Anthony Giddens que se detallan en el libro en cuestión. Seguiré una estructura inductiva en la exposición, y siguiendo el criterio exigido de brevedad, el trabajo se organiza en cinco apartados que corresponden a los capítulos del libro [Véase: Globalización, Riesgo, Tradición y Democracia] que incluyen por orden numérico las nociones básicas que Giddens transmite, además de un breve comentario personal de las mismas; y un quinto apartado en el que indico las informaciones que me han resultado apropiadas citar de el autor de cuya obra trata el trabajo que presento a continuación.
Por Agustin Mora Palomares 15 ene, 2020
Las propuestas de Ryle en El concepto de lo mental se abren al lector en un tono desenfadado con el interés explicativo y la forma de ensayo propias del filósofo. A lo largo de los diez capítulos que forman el libro, se adentra al lector en los entresijos de la mente y de la discusión que funda la rama filosófica. A partir del juicio a las propuestas cartesianas en relación con la mente y el cuerpo, se articula una nueva posición filosófica que sería conocida bajo la nómina de "Conductismo lógico". Es por ello, por lo que tiene especial relevancia una lectura pausada, independientemente de la construcción lingüística poco compleja, pero innovadora, que se utiliza para la exposición. Esto es así, porque la propuesta general parte del análisis de conceptos, y son los conceptos la "herramienta" preferida de Ryle para oponerse al «fantasma de la máquina». Parece de especial importancia el capítulo primero, del mito de Descartes, para introducirse en el campo de los errores categoriales que hacen desechar la teoría de la doble vida, y otras hipótesis paramecánicas. Ryle viene a sostener -y sirva como ejemplo- la afirmación de que la frase «hay procesos mentales» no significa «hay procesos físicos» por tanto, no tiene sentido la discusión sobre la oposición entre Mente y Materia. La propuesta no deja de perseguir una lógica correcta de los conceptos que se utilizan en la discusión de lo mental y en la caracterización del comportamiento de individuos. Parte del desvelamiento de lo oculto en la propuesta de Ryle alude a la diferencia entre describir el ejercicio de cualidades mentales en los demás, y suponer que ello refiere a episodios ocultos que causaran expresiones y actos manifiestos (tal suposición es un error, se dice) o hacer referencia a las expresiones y actos en sí mismos (lo que supondría hacerlo correctamente). Para ello rechaza la doctrina intelectualista de la inteligencia como aprehensión de verdades; ser inteligente, desde la propuesta de Ryle, se entiende como satisfacción y aplicación de criterios, lo cual es un giro importante en -la trayectoria de- los planteamientos anteriores a éste. La utilización sagaz por parte del filósofo del estilo argumentativo de regreso al infinito, pone en jaque toda la estructura cartesiana-dualista, así pues, el texto no deja de ser un manual, en sentido práctico, para todo estudiante de filosofía y argumentación que desee estudiar la aplicación del estilo o leer filosofía en acción. Podemos trazar un amplio abanico de conceptos de lo mental a partir del riguroso estudio propuesto en el libro. De la inteligencia, sobre comportarse inteligentemente frente "al hacer por hábito"; Del aprendizaje, de la aprehensión y del saber; De las emociones, motivaciones, estados de ánimo, conmociones y sentimientos, y un largo e interesante etcétera. A lo largo de todo el texto puede sentirse un argumento, de un lado, sobre el aprendizaje, que viene a postular que es un hecho que aprendemos conceptos mentales por conexión (necesaria y suficiente) con patrones de conducta. Esta es una de las tesis fundamentales en toda la propuesta, y que merece una atención cautelosa. Y de otro lado, sobre la conducta y la mente, que indica que observando el comportamiento público se descubre el funcionamiento de otras mentes, siendo subsidiaria la cuestión de cómo tales cosas funcionan. Es posible determinar la existencia de otras mentes siguiendo una especie de retroalimentación comunicativa (similar al entendimiento), esto es, comprendiendo las cosas que se hacen, mientras que inferir qué hace la mente a partir de lo que hace el cuerpo no es posible, rechazando así el dualismo y solventando tal vez el problema que éste generaba acerca de las otras mentes. Al hilo de las distinciones conceptuales antes mencionadas, cabe añadir la distinción entre las sensaciones de percepción sensorial (las que están conectadas a los órganos) y las sensaciones que no lo son. Ryle propone distinguir entre sensación, que ni es correcta, ni verdadera, ni observable, ni lo contrario; y observación, tarea que puede ser ardua y exitosa, cuya pretensión es «descubrir o tratar de descubrir». La referencia al grado, la manera y los objetos propios de la observación forman parte de la descripción de la inteligencia de una persona y su carácter, pero la referencia a sus aptitudes sensoriales o a las sensaciones no forman parte de esa descripción, concluye. No abandona su empeño semántico cuando propone la discusión de los conceptos relacionados con la emotividad y sentimiento, cuando distingue entre motivaciones, estados de ánimo y conmociones, y sentimientos. Los tres casos primeros ni son acaecimientos -dice- ni actos ni estados, no se manifiestan. Los sentimientos son definidos como condiciones temporarias que aglutinan acaecimientos, y, en su conjunto, estas diferencias aquí acaso citadas, en relación con la descripción de comportamientos muestran sentidos diferentes, pero ninguno implica que el comportamiento visible del sujeto sea el efecto de perturbaciones en la corriente de su conciencia. Niega toda teoría que suponga antecedentes o procesos ocultos-internos de las acciones. Se ha hablado del estilo argumental del regreso al infinito, esta fórmula es con la que se niega la existencia de las voliciones, en el conflicto con la relación causal. Ryle muestra que es dudoso el conocimiento de la existencia de voliciones, de actos mediante los cuales la mente llevaría sus ideas a la práctica. Con todo, el filósofo postula, en su solución semántica al problema mente-cuerpo que términos como «voluntad» carecen de utilidad, cuán flogisto. Además, otro cambio que Ryle introduce en la materia es acerca del acceso privilegiado al conocimiento. Sugiere que no existe un tipo de acceso especial, de clase, sino de grado, y la introspección deja paso a la retrospección. En esto, cabe especial mención al problema con los hipócritas (que aparentan actuar por motivos diferentes de los reales) o impostores (que se comportan deliberadamente de la misma manera que quien no lo son), personas cuyas cualidades y estados mentales son difíciles de valorar. El problema deja de serlo cuando se sabe que estamos familiarizados con las técnicas que permiten evaluar actos -también los de los impostores e hipócritas- de forma que no es muy difícil detectar el timo. Conocer la estrategia del timador es algo que descubrimos de los demás, pero también de nosotros mismos. Se ha tratado de exponer, en los párrafos que preceden a éste, un repaso muy general acerca de las propuestas que guían el estudio por cuestiones como la imaginación, el comportamiento, el intelecto, la voluntad y la emoción, cuestiones y conceptos que emplea todo el mundo, y se ve en ello la grandeza de la dedicación al estudio de tales quehaceres. REFERENCIA: Ryle, G. (2005). El concepto de lo mental/the Concept of Mental (Vol. 4). Editorial Paidós. Este trabajo ha sido presentado en 2014, para la asignatura de Filosofía de la Mente Universidad de Granada.
Por Agustin Mora Palomares 03 ene, 2019
La actualidad de la cuestión entorno al trabajo se justifica en
Por Agustin Mora Palomares 29 mar, 2018
Bruno, Giordano. Los Heroicos Furores. Trad. María Rosario González Prada. Madrid: Tecnos, 1987. Impreso. Duby, Georges. Historia de las mujeres en occidente. Vol. II. Barcelona: Círculo de Lectores, 1992. Michel, P. H. La cosmologie de G. Bruno. Paris: Hermann, 1962. Impreso.
Por Agustin Mora Palomares 25 dic, 2014
Este filme nos adentra en la Guerra a través de un grupo de muchachos jóvenes de nacionalidad alemana. Es el Profesor de estos quien les incita para alistarse, y a pesar de que alguno de ellos es reticente, al final logra su objetivo. Llama la atención la euforia que entra por las ventanas del aula donde se encuentran. El discurso de la defensa de la patria mater legitima la barbarie que en los primeros momentos según el filme goza de un respaldo casi romántico, y no es otra cosa que ideología nacionalista exaltada, comprobable en premisas como las que se pueden oír de boca del profesor: “Hermoso e idílico es morir por la Patria”, “sacrificarnos por nuestro país”. La presunción de que sería una guerra rápida y con pocas bajas, en principio, se utiliza para convencer a los combatientes del frente. Lo cierto es que, cuando llegan los jóvenes eufóricos a enfrentarse con la realidad del ejército “disciplinado” alemán, no es lo que esperaban. Son enviados a luchar al frente, para lo que no están preparados, realidad que en tiempos de guerra sucede, porque aún ni siendo maduro emocionalmente, alguien soporta tantos asesinatos de guerra. Así, es el alemán, un ejército de frente inexperto, que siente miedo de “los otros”. La economía de guerra aquí queda reflejada en transacciones con comida, tabaco, ropa, fungibles y armamento. “El dinero es papel”. Además se observa el enfrentamiento de bombardeo continuo y guerra de trincheras. Hay una gran insalubridad en el frente de combate, y en general unas condiciones de vida nada favorables. “La Guerra comienza con ofensas de un país a otro” expone un combatiente al grupo de muchachos encerrados en la trinchera. Tras cierto tiempo, llegan a la conclusión de que esa guerra no es su Guerra, porque ellos no la necesitaban. El motivo que se les pasa por la cabeza, y esto debería hacernos reflexionar, es que los Generales necesitan la guerra para hacerse famosos. El resultado es que no se identifican con las decisiones que han tomado los Generales y Monarcas. Quien para los soldados es un compañero, para los que “ordenan jugar a la Guerra” es un número. Los soldados enloquecen de remordimiento, tras haber matado a tantos otros que “sin uniforme podrían ser hermanos o amigos”. Tras esto, los soldados no son capaces de reinsertarse en la sociedad.
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